En este espacio he criticado
los programas para promover la democracia del gobierno de EEUU porque, pese a
sus buenas intenciones por impulsar libertad en el mundo entero, cayó muchas
veces en propaganda y en la imposición de estilos de vida mediante técnicas non sanctas.
El informe que el Senado de
EEUU ofreció esta semana sobre los métodos de tortura que la Agencia Central de
Inteligencia usó para obtener información de terroristas detenidos después de
los atentados de “Setiembre 11”, forman parte de los abusos que se cometen en
nombre de la seguridad y los intereses nacionales.
Así como los métodos
violentos que en su historia la Iglesia Católica usó para evangelizar, EEUU
cayó muchas veces presa de sus nacionalismos y fanatismos para imponer
democracia. Promovió golpes de Estado, guerras y estrategias de espionaje, como
los de la Agencia Nacional de Seguridad.
Las prácticas de tortura
empleadas por la CIA de 2001 a 2009, aunque atenuadas por el presidente Barack
Obama al explicar que se dieron en un contexto de pánico y con el fin de evitar
otros atentados, no pueden dejar de condenarse. Se trata de una conducta brutal
que pone en entredicho la cultura de libertad y democracia que pregona el país.
Pese a los hechos en sí, es
importante registrar que la denuncia del Senado y la polémica desatada entre
los poderes públicos, la ciudadanía y la comunidad internacional, han servido
para mostrar la calidad del sistema democrático estadounidense que se ha
construido sobre la base de la transparencia, la obligada rendición de cuentas
al público por parte de quienes administran la cosa pública y la independencia
de los poderes políticos.
Pocos países y gobiernos
tienen esa vocación y tradición a favor de la crítica y la autocrítica. Muchos,
más bien, terminan escudándose detrás de una cultura basada en el secreto. Obama
resumió bien esa filosofía: “Una de las fortalezas que hace a EEUU excepcional,
es nuestra voluntad de afrontar abiertamente nuestro pasado, encarar nuestras
imperfecciones, hacer cambios y mejorar”.
La polémica y la
conversación entre gobierno y ciudadanos sobre temas espinosos es parte de la
idiosincrasia estadounidense. Todos reconocen que existen muchas imperfecciones
– la lucha por la igualdad y el racismo sintetizan ese sentir – pero nadie
sufre represalias oficiales por ejercer su derecho a hablar, opinar y criticar.
El informe del Senado y la
respuesta que la CIA está preparando al público, demuestran la fortaleza de un
sistema que prefiere saber la verdad y afrontar las consecuencias. Por ello
mientras se daban a conocer las 500 de las 6.000 páginas del informe, el
gobierno tomó precauciones ante posibles represalias en el mundo entero.
No hay que pecar de ingenuos.
La transparencia no es automática. Muchas veces es inducida con fórceps, bien
sea por la ley de acceso a la información pública que permite a los ciudadanos
solicitar datos o por filtraciones e infidencias fortuitas. Entre estas, están
las denuncias que hicieron Julian Assange y Edward Snowden o las que reveló el
enigmático “garganta profunda” durante el escándalo de espionaje del caso
Watergate que derivó en la renuncia del presidente Richard Nixon.
Lo importante es que para
que haya verdadera transparencia siempre se necesitará una alta dosis de independencia
entre poderes públicos. Este caso lo ejemplifica muy bien, ya que esa autonomía
entre poderes provoca que existan contrapesos y controles entre un poder y el
otro: Senado contra la CIA, Obama contra el Congreso o Departamento de Justicia
contra Fiscalía.
La democracia se nutre de ese
proceso de choque entre poderes; es cuando pasa de ser un principio abstracto a
convertirse en una realidad concreta. Solo basta con pensar en el nivel de
independencia que tienen los poderes públicos y si existen contrapesos, para medir
la calidad democrática de un país.
El gobierno de EEUU no debería preocuparse por promover su sistema con métodos cuestionables o con un Hollywood cliché en que los buenos siempre llegan al final de la película imponiéndose entre aplausos, banderas y consignas nacionalistas. Simplemente necesita seguir demostrando que el respeto por la discusión pública y la independencia de poderes son ejemplos contundentes para promover democracia.
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