Reprimir y disentir son las
dos caras de una misma moneda que en Venezuela se ha acuñado gracias a la
polarización que por años generó el chavismo y que hoy promueve con determinación
el presidente Nicolás Maduro, a instancias de instalar un régimen cada vez más
parecido al anacrónico cubano.
Maduro sigue el libreto
perfecto de los hermanos Castro que han ideado reformas para conseguir
simpatías y justificar un comunismo decadente que solo ha servido para acaparar
miseria, destrucción y enajenar libertades de reunión y expresión, mediante
represión y cárcel.
En ese ambiente polarizado, donde
no existe autocrítica y las culpas las tienen todos los demás - opositores, empresarios, gobiernos extranjeros
y periodistas - Maduro ha cerrado los puños. Denuncia conspiraciones y acusa golpes
de Estado, justificándose para seguir disparando fusiles y defender la
revolución, en un juego maquiavélico que le sirve para desviar la atención de una
crisis de ilegitimidad política e ineficiencia económica.
A sabiendas que no puede
legitimarse acusando a los estudiantes universitarios de desestabilización,
Maduro arremetió contra la oposición tras la marcha del miércoles que dejó tres
muertos, cientos de heridos y detenidos. Mandó a encarcelar a Leopoldo López,
amenazó a María Machado y se desmarcó de Henrique Capriles, incentivando la
división de un grupo opositor que ya no es sólido y que diluyó sus denuncias,
así sean por fraude electoral, corrupción, el lugar de nacimiento del
Presidente o por la escasez de repuestos, medicamentos y alimentos.
Argumentan desde el gobierno
que la defensa del régimen proviene del pueblo, pero se esconde que ese “poder popular”
no es otra cosa que populismo y clientelismo acérrimos. Todo venezolano sabe
que resistir al régimen es en vano, no votar a su favor implica acumular
represalias, desde ser despedido o no conseguir trabajo, hasta no acceder a cupo
en la escuela para sus hijos o una cama de hospital.
En esa manía por asemejarse
a su idolatrada Cuba, el gobierno apunta contra los derechos de reunión y de
expresión. Contra el primero, como se vio este miércoles, azuza a sus milicias
populares armadas hasta los dientes y sin control, para que se filtren en las
marchas a disparar y matar, y así sembrar caos y miedo.
Contra la expresión no es
menos burdo. Crea leyes restrictivas e impone multas desproporcionadas para que
los medios controlen su lenguaje. Para ese control informativo, perseguido desde la época de
Hugo Chávez, el gobierno se armó de periódicos, televisoras y agencias de
noticias, ya sea creando nuevas o comprando privadas a las que asfixió con
multas y procesos judiciales. Maduro siempre encuentra excusas para controlar.
Por fotos con sangre y estadísticas de criminalidad, prohíbe a los diarios
importar papel, y esta semana por mostrar la violencia en las protestas
callejeras ordenó sacar del aire a las televisoras, con el mismo empeño que la
semana pasada mandó a controlar su contenido por los desvalores que promocionaban
sus telenovelas.
A diferencia de la primera
década del gobierno de Chávez, cuando los petrodólares aceitaban la maquinaria
de clientelismo de gobiernos extranjeros y su base interna, hoy Maduro no puede
darse esos lujos. La gente siente el cansancio por una revolución que no
terminó de cuajar. La mayor inflación del mundo, el desabastecimiento de
productos básicos, la corrupción galopante y los altos índices de criminalidad,
han hecho que el público vea con nostalgia épocas anteriores cuando la vida era
opípara, más tranquila y menos polarizada.
Desde que Maduro asumió en
abril, quemó etapas mucho más rápido que Chávez en más de una década. Primero,
por su ilegitimidad, perdió credibilidad y confianza; luego, por su
ineficiencia, la gente perdió miedo y respeto. Habrá que ver qué opciones
quedan ahora. Algunos, como los opositores, desean “la salida”, otros creen que
el régimen agudizará el control.
Es difícil predecir si el mandato popular – que ya no es más que milicias armadas y una mayoría adulada con clientelismo - le dará sostén a Maduro. Con una oposición fácil de neutralizar, quedan los estudiantes y sus marchas como los únicos para torcer el destino. Ellos saben que cuando las verdaderas revoluciones se disparan, no hay armas que las paren.
1 comentario:
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