Navidad y año nuevo es buen
tiempo para pensar en lo que se cosechó y lo nuevo por cultivar. Si la semilla
se nutre y cuida, germinará con fuerza y la próxima cosecha será próspera. Esa
era la filosofía de Chauncey Gardiner que Peter Sellers inmortalizó en “Desde
el Jardín”.
Pero a diferencia de la
película, en esta época consumista en que se vanagloria el poder y el poseer, cuando
se habla de cosecha se confunde tener con ser. Por eso uno se pregunta si no le
convendría tomar atajos. Sino sería mejor no pagar impuestos, robar o traficar
droga, a intentar acertarle al gordo de Navidad, la otra posibilidad rápida
para tener o “ser” más.
Es cierto que algunos que
toman atajos terminan mal, tiroteados o en la cárcel, pero muchos la pasan
bien. Ostentan sus Ferrari y los diamantes de sus Rolex, despilfarran en lo
exótico, coleccionan Picassos o Petrus merlot, mientras donan millonadas a campañas
políticas e iglesias, con el fin de comprar favores y tranquilidad de
conciencia.
Es un mundo difícil de
comprender. Donde un científico premio Nobel termina su vida en un Toyota,
mientras un futbolista la empieza en una Maserati. Donde al profesional
deshonesto se le venera por su picardía, y al obrero honrado se lo minimiza por
tonto. Donde el ladrón de gallinas paga entre rejas y el estafador siempre
termina comprando su libertad. Donde se argumenta legalmente la muerte por pena
capital o por aborto, mientras se protege con uñas la vida de mascotas y
animales.
Un mundo confuso en el que
se desconfía cada vez más de los elegidos para liderar. Donde a aquellos que se
les delegó el poder de servir, terminan sirviéndose del poder. Donde los
demócratas se convierten en autoritarios, las instituciones se debilitan, los
golpes siguen siendo opción y los militantes y partidarios, por ideología, excusan
a sus jefes por sus abusos y corrupción. Donde se justifica que el espionaje gubernamental
sea en aras de la seguridad nacional, pero poco se hace por el crimen y la
inseguridad personal.
Parte de la culpa es de los
medios. Ensalzan lo chabacano, mistifican lo sensacionalista y quienes desafían
las buenas costumbres, adornan las revistas del corazón que todos deglutimos
con devoción. La TV y el cine deforman la realidad, crean nuevas modas,
celebridades y valores. Así, aplaudimos los varios casamientos de Elizabeth y
las múltiples andadas de Jennifer, con la misma convicción que crucificamos a
la hija del vecino por siquiera el uno por ciento de aquella promiscuidad.
No se trata de resentir contra
aquellos a los que honradamente les va bien y tienen y que generan empleos,
riquezas y talentos para mejorar sus vidas y las de sus comunidades. Seguramente
son más los que innovan, crean e inventan, defienden causas, impregnan de
honestidad a sus hijos, anteponen las palabras a los fusiles y dan más de lo
que reciben; pero no se notan. Es que el ruido lo hacen los arrogantes, ostentosos
y embusteros, los que a gritos se auto festejan y mercadean.
No es fácil hacer equilibrio
entre estos dos mundos. Aquel atractivo, lleno de banalidad que pintaba muy
bien Mario Vargas Llosa en “la civilización del espectáculo” y el otro, más espinoso,
el del papa Francisco. Este nos reclama atención por la desigualdad y los más
pobres, menos egoísmo y más caridad, mayor austeridad y menor pomposidad, al
tiempo que nos invita a que, ante cualquier acción o actitud del otro, nos desafiemos
con una simple pregunta: “¿Quién soy yo para juzgar?”.
Es difícil vivir este mundo
en el que compiten palmo a palmo el tener y el ser, de ahí la confusión de
enviar a nuestros hijos a estudiar no para que sean mejores, sino para que
posean más. Difícil es alcanzar la sabiduría para distinguir esa diferencia
entre tener o ser, entre el tener y el ostentar, sin caer en tentaciones ni
atajos.
Lo más a mano, quizás, es empezar por advertir que Dios ya nos concede atajos todos los días. Admitir que la ordinaria normalidad que nos regala, es un descomunal privilegio que otros desearían poseer, como los refugiados y desplazados por las guerras, los migrantes que perecen en las fronteras, los enfermos terminales, los perseguidos y discriminados por cualquier opinión u opción. Reconocer esto y analizar nuestra cosecha, es el mejor regalo que nos podemos hacer.
1 comentario:
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