Las redes sociales han
mejorado nuestra conexión con amigos y el mundo. Sin embargo, no aparentan
hacer lo suficiente para detener a delincuentes y criminales que han encontrado
un escenario inmenso para seguir hostigando e incitando al odio y la violencia contra
las mujeres.
Las consecuencias están a la
vista. Carolina Picchio, una niña italiana de 14 años, se arrojó de un balcón por no soportar el
tormento y las burlas de sus “amigos” en Facebook; un caso que recuerda el de
la niña canadiense Amanda Todd, que tuvo el mismo origen, el acoso digital, y
similar destino, el suicidio.
En estos días, la violencia
de género se mudó a Twitter. Caroline Criado-Pérez, una inglesa que promueve
que los billetes del Reino Unido incluyan imágenes de mujeres que no sean de la
realeza, fue inundada con tuits amenazándola de muerte y violación, los mismos
que recibieron periodistas que reportan su causa y otras mujeres que la apoyan.
Tuits parecidos recibió Cecile Kyenge, la primera ministra negra en Italia de
origen congolés, Cecile Kyenge, a quien le auguran que sea violada para que
entienda el dolor que sufren los “italianos puros”, victimizados por inmigrantes.
Todos estos casos han
atraído la atención sobre la amplificación del acoso y violencia de género
provocada por las redes sociales, delitos que antes estaban limitados a escenarios
menores, como plazas, escuelas, cartas personales o a espacios en medios de
comunicación tradicionales, donde periodistas y editores actúan de filtros para
erradicar mensajes de odio y discriminatorios.
La tarea, en cambio, no es
nada fácil en Facebook, con más de mil millones de usuarios, y en Twitter, por
donde se difunden más de 400 millones de tuits al día. Por más buena intención que
tienen sus responsables para aplicar los estándares de conducta, monitorear, filtrar
o eliminar todo el contenido que incita a la violencia de género, la
pornografía o el acoso digital, la labor se observa titánica o casi imposible.
Pero las redes sociales si
bien han potenciado a los delincuentes, también lo han hecho con los usuarios,
quienes presionan por más y mejores cambios. No solo se trata de los padres de
Carolina y la Justicia italiana que reclama a Facebook el por qué no fueron
eliminados los mensajes que seguían atormentando a Carolina, sino, además, los
cambios que se piden a Twitter para que se eliminen cuentas con mensajes
degradantes e intolerantes contra las mujeres.
Gracias a la presión
ejercida por la organización Mujeres, Acción y los Medios, Facebook está
mejorando sus estándares de conducta y autorregulación, así como entrenando a
su batallón de empleados encargado de controlar y eliminar mensajes
discriminatorios, violentos o explícitos. Twitter está considerando la petición
de las mujeres inglesas – carta que ya firmaron más de 100 mil personas en
Change.org - que quieren un botón predominante en sus cuentas para poder denunciar
abusos, amenazas y acoso.
La tarea no es fácil para
nadie. Se corre el riesgo de que el celo por eliminar mensajes abusivos e
insultos, termine por coartar la libertad de expresión. Un tema que requiere de
mayor entendimiento por parte de los usuarios sobre los límites entre la
libertad y el libertinaje, así como de equilibrio por parte de las redes
sociales, que deben actuar con sabiduría y también respetar las reglas legales
y culturales de cada país.
Facebook, Twitter, Google+,
Linkedin, entre otras redes sociales, no solo deben considerar que su
responsabilidad es eliminar mensajes abusivos, crear nuevas técnicas de
monitoreo, actualizar sus manuales sobre derechos y obligaciones de los usuarios o
atenerse a las leyes.
Estos mega sitios de
internet tienen la obligación de ser proactivos, no solo reactivos. Deben generar
mecanismos que no solo busquen crear un mundo más abierto y conectado como
propone Facebook, sino que las conexiones sean más sanas y respetuosas.
La alfabetización digital, educar desde cuestiones básicas sobre cómo proteger la privacidad, hasta las más complejas, sobre cómo evitar la violación de leyes sobre difamación, es una tarea que deben asumir las redes sociales – así como las escuelas – para que se entienda que crear o difundir mensajes e información, requiere de una alta dosis de responsabilidad.
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