Comparto mi columna del fin de
semana sobre los desafíos que el presidente Barack Obama se planteó sobre cómo
comunicarse mejor con sus constituyentes, y cómo esa comunicación fue por
momentos deficiente durante su discurso del Estado de la Unión.
“Barack Obama sabe que se
necesitan tres ingredientes para ser un presidente reformista y dejar un legado
perdurable: Sortear una guerra, recuperar la economía y conectar con la gente.
Los dos primeros son ingredientes
difíciles, pero factibles. En su discurso del Estado de la Unión esta semana,
tomó esa dirección, anunciando el retiro de tropas de Afganistán y objetivos
económicos audaces. Pero el tercer componente, conectar con el público,
inspirarlo y que se sienta liderado, es algo más abstracto y arduo de alcanzar,
virtud que solo se reconoce a un puñado de sus antecesores: Abraham Lincoln,
Franklin Roosevelt y Ronald Reagan.
Obama admite el desafío.
Cuando asumió su segundo mandato el 20 de enero, dijo a la revista The New
Republic que su estrategia prioritaria será buscar una mejor “conversación con
el pueblo”, entendiendo que el mensaje y la persuasión, son importantes en el
arte de gobernar. “He pasado mucho tiempo pensando cómo puedo comunicarme con
más eficacia con el pueblo”.
En los viajes que emprendió
esta semana tras su discurso anual al país, el Presidente se mostró decidido.
En declaraciones y mensajes por Twitter, siguió vendiendo lo que prometió ante
los legisladores: Cómo empoderar a la clase media, porqué es necesario prohibir
armas de grueso calibre y cómo mejorar la educación en todos sus niveles.
Con algunos temas pudo
conectar muy bien con la gente, porque ante el Congreso tuvo la narrativa
adecuada. Los legisladores le vitorearon cuando pidió el voto para acabar con
la violencia que afectó a los niños de la escuela Sandy Hook y a la ex
legisladora Gabrielle Gifford, ahí presente. Asimismo, conectó cuando pidió a
demócratas y republicanos trabajar juntos por la reforma migratoria que prometió
firmar apenas se alcance consenso, a sabiendas que los republicanos admiten que
ese fue su talón de Aquiles en la pasada elección.
También convenció cuando
planteó objetivos concretos para mejorar la calidad de la educación preescolar,
reformar el sistema de enseñanza secundaria y abaratar las matrículas universitarias. Lo mismo
cuando pidió aumentar el salario mínimo y la inversión pública para crear
empleos, mediante el arreglo de 70 mil puentes y la reconstrucción de 20
ciudades.
Pero en muchos temas, el
tono de su discurso fue chato y vacío, lindando entre recriminaciones a sus
opositores y acostumbradas promesas de campaña electoral. Es que cuando las
promesas se repiten porque nunca se tradujeron en hechos, el mensaje corre el
riesgo de ser percibido como simple demagogia y propaganda.
Obama no conectó cuando
habló de déficits y abismos, de la prosperidad de la clase media y de que no
pretende un gobierno más grande, sino más eficaz. No solo porque sus palabras
no condicen con la realidad, sino porque no ha podido articular, en forma
simple y convincente, qué medidas concretas serán eficientes para acabar con la
recesión. Sus explicaciones son tan densas como las de los republicanos.
Lo mismo sucedió antes con
el sistema universal de salud. Todavía no existe explicación coherente sobre el
Obamacare. Se supo más de intrigas y peleas, pero poco sobre cómo funcionará el
sistema. Nadie educó.
El presidente también falló
como líder mundial al no enunciar detalles sobre su política para combatir el
cambio climático, un aspecto sobre el que EE.UU. debe asumir mayores
responsabilidades. Dijo poco sobre la protección en torno a las amenazas
cibernéticas y nada sobre las acusaciones a su gobierno por la falta de
transparencia en temas de inteligencia y seguridad.
Es evidente que ser
Presidente no es fácil. El liderazgo efectivo incluye mucho más que sacar al
país de enredos, guerras y crisis económicas. Implica también mantener un
mensaje convincente, inspirador y que brinde confianza. Lincoln lo intuía: “… quien
moldea la opinión pública, puede llegar más lejos que aquel que promulga
decretos y decisiones”.
Obama sabe que el arte de comunicarse bien con las
bases fue la fórmula que permitió a Lincoln y otros pocos presidentes definir
una era. En esta nueva etapa, habrá que ver si logra destrabar el intríngulis
que admitió a The New Republic: “Gran parte del desafío en que nos enfrentamos
en política, es que los ciudadanos sienten que lo que ocurre en Washington está
totalmente aislado de sus realidades diarias’.”
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