El discurso de Barack Obama de anoche ante el Congreso estuvo centrado en la economía, su talón de Aquiles rumbo a las elecciones de noviembre próximo. Fue un discurso electoralista, plagado de promesas y pedidos de reconciliación a los republicanos para gobernar a favor de la clase media, la que por restos primeros tres años de gobierno siguió debilitándose tras la herencia de la crisis que se remonta al último año del gobierno de George W. Bush.
Obama en 2008 estuvo llamado a ser un líder mundial, ante la carencia planetaria. La esperanza que se desplegaba como lema de campaña había calado hondo en todos los rincones y grupos minoritarios creyeron que serían reivindicados. La esperanza fue grande. Hoy las expectativas están desinfladas en lo interno y lo externo.
Obama puede acusar de su inacción e ineficiencia a muchas trabas de los republicanos, pero también es cierto que a principios de su mandato, cuando tenía los vientos a su favor y la mayoría en el Congreso, no supo sacar adelante promesas de campaña, como un trato justo para los 11 millones de hispanos indocumentados sin tener que recurrir a las periódicas deportaciones, un seguro de salud universal para cada estadounidense sin importar su condición, una cárcel de Guantánamo cerrada, energías renovables más desarrolladas, mejorar los índices educativos especialmente en ciencia y matemáticas, dejar al desempleo en la historia trayendo al país los puestos de trabajo que las compañías estadounidenses llevaron al exterior, un mercado de la vivienda renovado tras la burbuja, mayores reglas para Wall Street, la imposición a China de un intercambio comercial más balanceado y, entre otras cosas, traer los soldados de Irak o mandarlos a Afganistán.
A excepción por lo de Irak, el resto de las cosas, como si se tratara de un deja vu, fueron parte de las mismas promesas que reiteró anoche.
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