Un editorial de La Nación de Buenos Aires fue lapidario en su crítica contra el Estado argentino en los tres niveles (nacional, provincial y municipal) ya que el empleo público creció un 49% - 5,1% anual – como producto de la demagogia gubernamental que reparte puestos de trabajo a granel después de cada elección.
En los últimos ocho años, el contingente de burócratas creció de 2,15 a 3,2 millones de personas. De esa forma, la Argentina clientelista superó con creces a países como Brasil con 11% de burócratas estatales, Chile con 14% y Uruguay, con 16%. El gobierno peronista K es responsable de esta demagogia.
El país está en una burbuja económica que difícilmente se desinfle para estas elecciones presidenciales de octubre que Cristina Kirchner ya tiene ganadas. Las materias primas han impulsado al país, pero eso dinero distribuido con clientelismo terminará por erosionar a un gobierno que sustenta sus votos con dádivas y puestos de trabajo públicos.
La deuda pública sube y pronto podría ser muy tarde para revertir la situación. La gente vota con el bolsillo, pero pronto si no mejoran los sistemas de seguridad, educación y salud, el dinero no alcanzará y el círculo vicioso continuará. La herencia de este gobierno no será buena.
El clientelismo, hay que reconocerlo, no solo pertenece al peronismo y al gobierno nacional. Avanza a pasos agigantados en las provincias y municipios con gobiernos de todos los colores. Dar un puesto por un voto o exigirlo por un voto es parte de la cultura argentina, un tema del que no solo debe responsabilizarse a los políticos sino también a gran parte de la población.
Cambiar esta cultura costará generaciones. Y el problema es que todavía no se observa ningún punto de inflexión o un disparador que contrarreste esta cultura.
Lamentable.
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