jueves, 12 de mayo de 2011

Argentina: tristeza y desilusión


Una conferencia de prensa puede revelar mucho sobre lo que sucede en un país. La que tuvimos al final de nuestro viaje esta semana con la Sociedad Interamericana de Prensa para analizar la situación de libertad de expresión en Argentina, me desilusionó y entristeció.

Nunca había visto en Argentina una división tan notable entre dos tipos de periodistas. Aquellos que preguntaban sobre nuestras pesquisas y los provocadores, los que cuestionaban nuestras críticas al gobierno e intuían, de hecho, que éramos oposición o defendíamos cualquier tipo de intereses que ellos combaten y denigran.

Me entristeció, porque observé en Buenos Aires el deterioro progresivo que fui viendo durante muchas de las conferencias de prensa que participé en Venezuela, donde los periodistas oficialistas y militantes iban en aumento, preguntando con sarcasmo y rebatiendo con ironía, hasta las propias preguntas de sus colegas.

Esa división muestra la cada vez mayor polarización que se ha instalado en el país, producto de un gobierno intolerante y caudillo, que hace que todos deben elegir entre ser aliados o enemigos, patria o colonia. Un gobierno perversamente inteligente, que ha sabido escoger a sus enemigos dentro del capitalismo, ya sea al grupo periodístico Clarín, a EEUU o los empresarios, y que en la repartija de pan y circo, regala fútbol para todos, tv digital y créditos al consumo, cuya factura tendrá que pagar después de una bonanza ficticia, generada solo por la venta de materias primas.

El gobierno se muestra progresivamente más autoritario. Está potenciado por una oposición fragmentada y una justicia débil, un sindicalismo paraestatal que domina a fuerza de choque y amenazas; y un periodismo militante, que ni siquiera disimula lealtades al oficialismo, que toda información presente la mezcla con efectos de la dictadura de hace 30 años, y que confunde monopolios con concentración de medios, que en otros países como Chile, Perú, Colombia o Brasil, se le resalta por su aporte a la competencia, ser contrapeso independiente al poder y, sobre todo, por generar miles de puestos de trabajo.

Hay razones para achacarle a medios grandes y concentrados sus pecados; pero bien lo dijo el presidente de la SIP, Gonzalo Marroquín, “más vale una prensa con excesos que una prensa controlada”. Y esto es lo que desnuda el problema de Argentina. El gobierno hizo de Clarín su enemigo, y cuando todos creían que el castigo sólo le tocaría a ese grupo, ahora se está viendo que la estrategia oficial no excluye a nadie, ni a medios chicos ni grandes. Todos deben alinearse a la hegemonía comunicacional oficial.

Con ese propósito hegemónico, primero Néstor Kirchner y ahora su esposa, se estableció la política del todo vale. La más peligrosa es la que, a semejanza del chavismo y de Rafael Correa en Ecuador, busca controlar la propiedad de los medios y sus contenidos con leyes polémicas; e insultar a periodistas para debilitar su credibilidad. Pero la práctica más corrupta, es la de usar dineros de todos los argentinos para crear un monopolio estatal informativo a través de una red de medios propia; emplear a los canales y radios estatales como propias y crear competencia desleal, gastando cientos de millones en publicidad oficial en medios aliados, en detrimento de críticos e independientes.

Más allá de esa estrategia, el resultado más lamentable del estilo gubernamental de confrontación es que ha caído la calidad del debate público. El gobierno ha sido exitoso en achacarle a los medios y periodistas todos los males, y éstos, en lugar de posicionar la agenda pública con investigaciones denunciando corrupción y abusos de poder, se han dejado enredar en divisiones sobre periodismo militante, mercenario o cómplice de la dictadura, últimas dos características que el gobierno asigna a sus críticos.

Mi tristeza y desilusión con lo que pasa en Argentina quizás fue mayor esta vez, porque comparé la situación con la de Chile. Días antes de recalar en Buenos Aires visitamos al presidente Sebastián Piñera.

Al firmar la Declaración de Chapultepec, Piñera se comprometió a rendir cuentas, ser más transparente y tolerante a las críticas y a elevar, junto al periodismo, el debate público. Justamente, los valores que hoy en Argentina están desvalorizados.

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