jueves, 9 de diciembre de 2010

De Osama a Julian


Así como con el derribo de las torres gemelas de Nueva York, Osama Bin Ladem demolió los paradigmas de la seguridad mundial y logró que nos sintiéramos revisados y demorados en cada aeropuerto, las filtraciones de cables confidenciales de la diplomacia estadounidense por Julian Assange en Wikileaks, tendrán un impacto negativo no solo para las relaciones de confianza entre países, sino para el flujo informativo internacional y la libertad de prensa.
El problema es complejo y fascinante. El “cablegate” hizo colisionar varios derechos de similar valor. El del público a saber y el del gobierno a reservar información sensible; el de la intimidad y el de ventilar actos privados de personas públicas; el del secreto y el de la seguridad nacional; y el de la libertad de expresión para publicar la verdad, a pesar de haberse obtenido mediante delito o coacción.
Caso enredado, también, porque el carácter de secreto transforma en verdad y vedette cualquier material como los chismes y opiniones diplomáticos de los cables, que dolieron más a la comunidad internacional que los abusos cometidos en las guerras de Irak y Afganistán, ventilados por Wikileaks meses atrás.
Enmarañado, además, porque Assange tiene ahora una imagen de Robin Hood de la información obstinado en robar y desenmascarar solo a los ricos; cuando la verdad se complementaría mejor con los secretos de gobiernos opresores y tiranos, documentación que también procesa Wikileaks, pero que poco publica.
Lo peor de todo es que la información clandestina publicada por Assange les sirve en bandeja a los gobiernos, democráticos o tiranos, un enemigo común. Tienen la coartada perfecta para dictar normas que hagan más secretos sus secretos, crear más organismos de control y limitar o castigar a periodistas y medios que quieran sacarlos a la luz.
Es un caso difuso porque no se sabe a ciencia cierta qué son o hacen Assange y Wikileaks. Si se trata de periodismo que está protegido, de espionaje condenado o de un híbrido. Lo que sí está claro es que Wikileaks no es transparente ni periodismo. Se trata de una excelente oportunidad tecnológica para difundir un volumen extraordinario de información sin ningún tipo de responsabilidad legal.
Wikileaks, como medio abstracto, no cumple con preceptos periodísticos sobre rigurosidad, confrontación y confirmación de fuentes. Publica textos que fueron obtenidos ilegalmente, mientras el periodismo requiere responsabilidad jurídica;  por ejemplo, para obtener información clasificada debe entrar en un proceso judicial tormentoso, como el que enfrentó el New York Times para acceder a los Papeles del Pentágono, o esperar 30 años a que esos datos sean desclasificados.
Pero tampoco Wikileaks es enemigo del periodismo, sino complemento. Los cinco medios – NYT, El País, The Guardian, Le Monde y Der Spigel - que desde esta semana comenzaron a publicar los cables lo pudieron hacer en forma responsable por la irresponsabilidad de Assange. Aunque los puedan acusar de megáfono de un supuesto delito, hicieron lo que debían hacer, informar, y lo hicieron consultando a las embajadas, a los gobiernos y dejando de lado nombres y temas que pudieran afectar la vida de los involucrados.
Los medios crearon así su atajo informativo y no tuvieron otra opción que publicar, en el entendido de que su servicio es fiscalizar y mantener a los ciudadanos informados en asuntos de interés público, en especial cuando los gobiernos tienen una alta predisposición a calificar de secreta o clasificada cualquier información.
Wikileaks, como instrumento, es entonces un aliado interesado del periodismo y del público. Y nada justifica censura o ataques; solo respuestas ante la ley.
Pero el gobierno no debería preocuparse tanto por el mensajero sino sobre cómo procesa su información confidencial y cómo castigar a quienes la infringen o motivan su robo. La nueva fuerza de tarea creada por el presidente Barack Obama para evitar nuevas filtraciones, debe asegurar que persigue el delito, no la libertad de expresión.
Además de mejorar sus comunicaciones diplomáticas, EEUU tiene ahora la responsabilidad de actuar de forma apropiada para que cualquiera acción en contra de las filtraciones no se transforme en un boomerang en contra de la libertad de prensa en el mundo y la libertad en el internet, que tanto pregona defender y promueve.