El fútbol es tan poderoso que en Río de Janeiro ya se viven intensamente dos mundiales. El que está por comenzar en Sudáfrica y el del 2014, que tendrá a la “Cidade Maravilhosa” como una de sus sedes en Brasil.
El mundial de ahora es pura alegría y esperanza. Los cariocas ya están de fiesta. Bailan por calles abanderadas de “verde amarelo” y dejaron los anaqueles vacíos de televisores, camisetas y matracas. Pero el del 2014, en marcado contraste, es el mundial de la preocupación. No hay completa certeza sobre si las nuevas políticas para contener la violencia y hacer una copa en paz resultarán a tiempo y efectivas.
Si bien es cierto que Río es una ciudad multicolor, de profundo verde y azul, también se tiñe de rojo sangre. Alegre, alucinante y violenta. Todo se vive con la misma intensidad: carnaval, fútbol, riqueza, pobreza extrema, corrupción y crimen organizado. Es como vivir entre el paraíso y el infierno al mismo tiempo.
Por eso las opiniones están divididas sobre la efectividad de las medidas que el gobierno adoptó para lidiar con la violencia y las favelas de cara al Mundial de 2014 y las Olimpíadas del 2016. Muchos son escépticos; creen que se trata de marketing y cosmética. Otros tienen esperanza, porque ya se advierten cambios de conducta y reducción del crimen.
En respuesta a los magnos eventos deportivos conseguidos para la ciudad, en el 2009 se creó la Unidad de Policía Pacificadora (UPP), una fuerza policial que instaló sus comisarías en las favelas más impenetrables, desarmó a los violentos e implementó políticas de prevención y no violencia. Por ahora solo existen en 19 estaciones, pero se espera que para fines de año, con la ejecución de otros programas sociales y ecológicos, la iniciativa beneficiará a 220 mil residentes de barrios marginales.
Los problemas de Río son muy complejos. El narcotráfico y las milicias o grupos parapoliciales controlan las más de mil favelas y, por ende, el transporte público ilegal, la distribución de televisión por cable y la venta de garrafas de gas.
Pero ahora los resultados están a la vista. La violencia ha mermado drásticamente en donde operan las UPP, según coinciden autoridades, activistas de derechos humanos y taxistas. Lo pude comprobar cuando visité esta semana la favela Doña Marta en la ladera del Corcovado, la misma en la que Michael Jackson debió pedir autorización a los narcotraficantes para entrar y filmar su clip musical “They don’t care about us”.
Ahora no hay que pedir permiso. En la entrada, donde antes se apostaban los narcos con sus AK-47, hay vendedores ambulantes y más arriba, en un recoveco, donde siempre había tiroteos y muchos muertos, junto a un colega conversamos con varios residentes, mientras unos niños se arremolinaban alrededor de actores que interpretaban a unos superhéroes en una obra teatral callejera.
Quienes no se dejan arrastrar por el contraste, reconocen la eficiencia pacificadora, pero la sienten insuficiente. Saben que el tráfico de drogas persiste, aunque con mayor discreción y que la violencia no desapareció, sino que se mudó del otro lado de la bahía, a la ciudad de Niteroy. Reclaman que no habrá paz duradera, sin hospitales, escuelas y empleos.
Son también los mismos que protestaron cuando se comenzó la construcción de muros de concreto de tres metros de altura para contener el crecimiento desmesurado de las favelas y evitar que se siga destruyendo la vegetación, argumentando que la meta del gobierno era solo una cuestión de imagen: esconder la pobreza.
Aunque al momento la política de pacificación beneficia solo a un 15% de los pobres, se coincide que es el único experimento efectivo tras décadas de políticas frustradas que terminaron siempre manchadas de corrupción. Hay ahora, con los objetivos deportivos del 2014 y 2016, una mayor determinación y sincronía obligada entre los gobiernos local y estatal, y el apoyo del presidente Luis Inácio Lula da Silva.
Más allá de si se busca crear una mejor imagen o existe un interés genuino por reducir la violencia, lo cierto es que el Mundial de 2014, y no éste de Sudáfrica, es el que le podrá dar a Río las verdaderas razones para festejar.
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