Así como sucedió en Trinidad y Tobago, los gobiernos de nuestro hemisferio prefirieron el marco de la OEA para insistir en temas de corte netamente ideológico y político, dejando de lado las cuestiones importantes y que hacen a la vida de la gente.
En esta nueva batalla librada especialmente por Honduras, Venezuela y Nicaragua, con el apoyo del resto, se consiguió levantar la restricción que pesaba contra Cuba desde 1962 y que el propio secretario general, el chileno Insulza, venía pregonando sobre que al no existir ya la “guerra fría” no existe ningún impedimento para que Cuba siga alejada del organismo.
Bochornoso de todas maneras es que haya pesado en esta decisión una cuestión ideológica y no se haya reparado en la violación de la Carta Democrática que exige libertad y democracia a todos los países como requisito para pertenecer a la OEA. Pero claro, que se le puede exigir a Cuba, si esa misma falta de libertad ya es parte del contexto venezolano por ejemplo, y de las prácticas anti democráticas en contra de la libertad de expresión que a todo ritmo siguen presidentes como Daniel Ortega, Manuel Zelaya, Rafael Correa y Evo Morales, por citar algunos.
Lo trágico de todo esto es el mensaje desesperanzador que se le está dando al pueblo cubano – no a los hermanos Castro ni a su partido comunista que gozan de todos los privilegios – sino a todos esos millones de cubanos que sueñan con la libertad y que siempre esperan que otras democracias los rescaten a ellos de 50 años de ostracismo y opresión.
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