viernes, 3 de abril de 2009

Presidentes periodistas

Alérgicos a las críticas, temerosos a dar conferencias de prensa y esquivos a las entrevistas, en los últimos años se viene consolidando un grupo de líderes políticos cuya estrategia es comunicar sin la intermediación de los reporteros. Son los “presi-riodistas”, presidentes devenidos en periodistas.
Suelen repeler y atacar a la prensa, pero al mismo tiempo se desviven por escribir columnas de opinión; hablar hasta por los codos en cadenas nacionales de radio y TV; comunicar sus ideas sólo en actos políticos; y, con dineros públicos, comprar o crear periódicos, radios, televisoras y agencias de noticias para usufructo personal y político, sin que además les tiemble la mano para cerrar o confiscar aquellos medios que les incomodan.
Uno de ellos es el presidente ecuatoriano Rafael Correa. Esta semana acusó a los medios de ser mediocres, corruptos, estar politizados y ganar dinero, como si la rentabilidad fuera un pecado para la empresa privada. En realidad, Correa pintó a su propio gobierno, que desde sus inicios viene conformando una estructura mediática estatal, gracias a la confiscación de diarios y televisoras privados a los que tarda en ofrecer en licitación pública, utilizándolos a su conveniencia política.
Otro enérgico “presi-riodista” es Evo Morales, quien para contrarrestar los efectos “de las mentiras de los medios” e “informar la verdad”, en enero lanzó Cambio, uno de los tres diarios que prometió publicar. Además de crear cientos de radios y televisoras con el aporte de los gobiernos venezolano e iraní, Morales lanzó Cambio con dineros de los contribuyentes, pero lejos de promoverlo como medio público de información, lo transformó en un instrumento de propaganda gubernamental.
El matrimonio Kirchner, a quien se le celebró hace unos meses, como un acto de desmesurada generosidad, el haber otorgado la primera conferencia de prensa después de años frente al gobierno argentino, es sospechado de utilizar testaferros para comprar medios privados y deshacerse de periodistas críticos, como Nelson Castro, o echar a otros del sistema de medios estatales.
Una estrategia similar que ha seguido el “presi-riodista” Daniel Ortega en Nicaragua, quien utilizó su influencia para correr reporteros de canales privados, ganar la propiedad de Canal 4 para su familia y editar El 19, un diario fundado para escrachar a sus adversarios al mejor estilo de aquella prensa chicha manipulada por el régimen Fujimori-Montesinos.
Otros presidentes inician proyectos inocentes, como el paraguayo Fernando Lugo, quien impulsa un Programa de Comunicación para el Desarrollo con la creación de 700 radioemisoras comunitarias, un sistema que tarde o temprano, cuando el gobierno entre en años y decaiga su popularidad, tendrá el potencial de usarse como agente propagandístico. Así también, Ignacio Lula da Silva, promueve en Brasil una conferencia nacional de comunicación, cuyos resultados eventualmente apuntarán a controlar los contenidos de los medios. Y en este rubro entran otros presidentes, como el guatemalteco Alvaro Colom y el uruguayo Tabaré Vázquez, que sostienen y otorgan licencias de radio y televisión a cambio de monopólicas lealtades políticas.
Pero quienes ostentan mejor el título de “presi-riodistas” son los comandantes Hugo Chávez y Fidel Castro, expertos en el arte de la propaganda. Lejos de aminorar su diatriba en contra de todo lo que no sea rojo, el presidente venezolano imita las “Reflexiones” de Castro con sus columnas “Las líneas de Chávez”, sin privarse de otros desbarajustes, como el cierre de RCTV, el acoso constante a Globovisión, la fundación de cientos de radios, periódicos y agencias de noticias que repiten sus ideas hasta el cansancio.
A pesar de las imitaciones, el “maestro presi-riodista” es Fidel, dueño idolatrado de los medios de su país en los últimos 50 años. Su mayor audacia es haber gozado de libertad cuando criticaba la dictadura de Fulgencio Batista en la revista Bohemia, un cambio radical de actitud si se considera que todo aquel que critica su dictadura fue expulsado o terminó en los calabozos, como lo atestiguan todavía hoy los 26 periodistas que se pudren en las cárceles de su isla.
Queda ver, desde ahora, cómo se comportará el presidente electo salvadoreño, Mauricio Funes. Aunque ya tuvo algunos tropiezos con los medios, seguramente su trayectoria como corresponsal le servirá para diferenciar las políticas informativas de las de la propaganda; y así no actuar jamás como “presi-riodista”.