Las primeras damas son para las repúblicas, lo que las reinas y princesas a las monarquías. Nadie las elige, no tienen poder real ni las constituciones les permiten mandar. Sin embargo, a base de carisma y glamour, conquistan más allá de sus dominios y pueden alcanzar mayor popularidad que sus consortes.
La historia sería insípida y la vida aburrida sin estas mujeres de sangre azul o roja común que brillaron con más luz que la de sus encumbrados maridos. Desde Nefertiti hasta María Antonieta; de Evita a Farah Diba; de Grace Kelly a Jacqueline Kennedy; de Lady Di a Rania de Jordania; de Leticia a Máxima; y de Michelle Obama a Carla Bruni.
Michelle Obama acaba de insertarse en esa dote, gracias a la aceptación de Europa. Desde su viaje por Londres, Estrasburgo y Praga sobrepasó la última medición de Gallup que la situaba en 72% de imagen positiva, tres puntos por encima de su marido. Más allá de los aciertos del presidente en el G-20 y en la OTAN, Michelle cautivó con su estilo sobrio y simple, con sonrisa amigable, pacífica y sin arrogancia; como trasmitiendo mejor la imagen de un Estados Unidos al que todos prefieren ver así.
Como nueva “reina”, Michelle conquistó corazones poderosos y comunes, hasta perdonándosele romper el protocolo por abrazar a la reina inglesa, lo que el influyente The Times reprodujo en portada. Fue tal el hechizo, que hasta The Guardian aprovechó para reprender la ausencia de la primera dama francesa, recordando su paso anterior por el Palacio de Buckingham: “Carla encantó, pero Michelle nos encantó a todos”.
Al día siguiente, cuando coincidieron en Estrasburgo, ambas embrujaron por igual tanto por estilo como por magnetismo, advirtiéndose que no se visten a la moda, sino que la imponen. Carla - famosa por posar desnuda en portadas de revistas, cantar y enamorar a Mick Jagger antes de casarse con Nicolás Sarkozy – y Michelle, que ahora de famosa se trepó a las tapas de Vogue y Vanity Fair con los bíceps al desnudo, son señoras refinadas que alguna vez se quejaron del oficio de primera dama, renegando de salarios y carreras prominentes.
Más allá de que la Casa Blanca diga en su sitio de internet que “las primeras damas no tienen obligaciones oficiales, por lo que cada una ha servido a la nación de acuerdo a sus propios deseos e intereses”, Michelle ya está empezando a influir sobre su esposo, como alguna vez se sospechaba de Hillary.
La misma conducta se le asigna a la primera dama rusa, que según el Instituto de Política y Negocios de Rusia, “tanto como Michelle Obama, Svetlana Medvédeva utiliza su personalidad e inteligencia para influir en la toma de decisiones políticas”. Un signo positivo, considerando que mientras ellas hablan de paz, sus maridos reiniciaron el diálogo sobre el desarme nuclear.
Pero no siempre las primeras damas cabalgan en la popularidad y la buena estrella. Otras vidas glamorosas terminaron en tragedias como las de la agraciada Grace Kelly y la entristecida Lady Di; mientras que en Latinoamérica otras vivieron su desgracia y fueron expulsadas de las casas presidenciales acusando de maltratos a sus ex, como Zulema Yoma de Menem, Susana Higuchi de Fujimori y Marisabel Rodríguez de Chávez.
Otras intentaron sin suerte lo que tampoco pudo hacer Hillary Clinton, de pasar de primera dama a presidenta, como la mexicana Marta Sahagún; algo que sí consiguió Cristina Fernández de Kirchner y lo que quizás querrá alcanzar la nicaragüense Rosario Murillo. Las hay también hijas, como Keiko Fujimori y Zulemita Menem, que asumieron su papel con sobrado protagonismo; y hermanas, como Mercedes Lugo de Maidana, que debe suplir la falta de pareja del ex obispo paraguayo.
Asimismo, existen países con líderes tan aburridos como Raúl Castro, Evo Morales y Rafael Correa que prefieren que el puesto pase desapercibido para que no se opaquen sus protagonismos. Pero quien sabe, preferible eso a tener en el cargo a primeros caballeros tan desabridos como el desconocido chileno o el archiconocido argentino.
Resta ahora esperar y monitorear el brillo propio que alcanzará Michelle Obama. Un resplandor que, como las demás primeras damas, es y será totalmente independiente a la suerte política de su marido.
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